Empezaba a correr el año 2015 cuando nuestra alumna Mª Carmen Torres nos organiza un encuentro con Agustín Gil y Gil, un antiguo y curtido trabajador de “La Corchera”. Mientras se presenta, Agustín nos enseña la tarjeta que usaba para fichar en la empresa, subrayando que pertenecía a una de sus etapas como trabajador, cuando “La Corchera Extremeña”, COREX, se convierte en APLICORK y la empresa se traslada de su ubicación originaria, al polígono industrial de la ciudad.
Fig. 1. Tarjeta para fichar en la empresa APLICORK. (Foto Antonia Castro Mateos). |
Contar con la participación de Agustín en el proyecto de investigación no ha sido fácil pues, a pesar de ser una persona abierta y dicharachera, es muy celoso de su intimidad. Por ello, la intermediación de Mª Carmen en el proceso ha sido crucial. La larga y estrecha amistad que une a sus familias nos ha permitido aproximarnos y hablar con él, conocerlo de cerca, ver el mundo a través de sus ojos e introducirnos en sus experiencias.
El encuentro se realiza, como en otras ocasiones, en casa de Mª Carmen y transcurre de forma agradable y distendida, pues Agustín viene acompañado de su mujer, Rosi, y una de sus nietas, quienes ponen una nota animada a la reunión. Además, contamos con la fluida conversación de Domingo, el marido de Mª Carmen, quien, como en otras ocasiones, refiere vivencias, hechos y acontecimientos que hablan de las costumbres locales y sus modos de vida.
Casi antes de que hubiéramos acabado las presentaciones, Agustín saca unos papeles y me los tiende, ha registrado por escrito, sin habérselo pedido, los acontecimientos más importantes de su vida profesional en “La Corchera”. Es un relato autobiográfico, un “cuaderno de bitácora” (Taylor y Bogdan, 1987: 117) que nos proporciona una base, un marco para la entrevista. Junto a esto, Agustín también nos trae algunos documentos personales -cartas, credenciales, fotografías- que son de gran ayuda tanto en la guía de la entrevista como en la estimulación de antiguos recuerdos y sentimientos de nuestro informante y sus acompañantes.
Fig. 2. Vista de «La Corchera Extremeña» (Foto sacada del libro de De la Barrera Antón, J, L. (2006), Memorias y Olvidos en la historia de Mérida Mérida. Editorial Artes Gráficas Rejas). |
Seis años de vida tenía “La Corchera” cuando Agustín entra a trabajar en ella. En efecto, “La Corchera” se funda en 1945 (Sánchez, 1982: 15; Delgado, 2005: 185) como sociedad limitada con el objeto de adquirir corcho de los campos extremeños para prepararlo y exportarlo, principalmente, al mercado argentino.
En 1947, la empresa hace una ampliación de capital y entra a hacerse cargo de ella el empresario D. José Fernández López, quien también dirige el Matadero Regional de Mérida e IFESA. En poco tiempo, con la nueva dirección la empresa toma un nuevo rumbo, pues comienza a fabricar nuevas especialidades como corcho en plancha, corcho para trituración, granulados de corcho, aglomerados de corcho negro para la fabricación de láminas de decoración, planchas de aislamiento térmico y acústico, discos de corcho aglomerados de diferentes usos industriales y baldosas decorativas de corcho. Productos muy demandados en el mercado internacional, donde la marca COREX adquiere pronto renombre (Marín, Pulido y Villalobos, 2011: 102).
Fig. 3. Anuncio de «La Corchera Extremeña S.A.», publicado en la Revista de Feria de Mérida, año 1959. (Foto realizada por Juan Antonio Ramos Blanco). |
Al poco tiempo, “La Corchera”, como también sucede con el Matadero, se convierte en un modo de vida para los emeritenses de varias décadas. Y, a la postre, en santo y seña del desarrollismo franquista (Caballero, 2008: 378). Apunta Agustín que en sus mejores tiempos, entre la década de los años 60 y 70 del siglo XX, llegó a tener 600 trabajadores.
A mediados de la década de los ochenta “La Corchera” pasa a manos de una nueva sociedad, “Corchera Extremeña Beltrán”, de forma fugaz figurando como presidente de la misma uno de los hijo de D. José Fernández López, Manuel Mª Fernández de Sousa Faro. Este proyecto empresarial no llega a buen fin y en el año 1990 la empresa cesa en su actividad.
Ante este panorama la Sociedad de Fomento Industrial de Extremadura, SOFIEX, busca inversores, llegando a un acuerdo con el grupo empresarial ONCE quien se compromete a aportar capital para reflotar la compañía a través de las empresas APLICSA y ASEICORK. A pesar de los esfuerzos, «La Corchera”, bajo la dirección de la ONCE, no consigue remontar el vuelo. Si bien se prolonga la vida de la fábrica unos cuantos años más, la inexperiencia en el sector, entre otras razones, provoca la crisis definitiva de la industria del corcho en Mérida.
A mediados de la década de los noventa el negocio, ahora bajo la denominación social “Corchos Mérida”, toma un nuevo impulso con la entrada del Grupo francés Sabaté. Esta sociedad adquiere las empresas APLICSA y ASEICORK y en una primera etapa lleva a cabo importantes inversiones para modernizar las instalaciones, en Mérida. Sin embargo, transcurridos unos pocos años, a finales de los años noventa, se empiezan a dar los primeros pasos para trasladar las instalaciones productivas de la ciudad emeritense a San Vicente de Alcántara. El traslado se hace efectivos en el año 2001.
Hoy, el recuerdo de esta actividad en Mérida solo podemos encontrarlo en un topónimo, aquel que da nombre a la barriada en la que estuvieron ubicadas las antiguas instalaciones de “La Corchera Extremeña”, pues, que sepamos, no quedan vestigios materiales ni fabriles ni tecnológicos de aquella actividad en la ciudad, tan solo se conservan unos pocos documentos, cartas, credenciales y algunos vestigios inmateriales como el testimonio de Agustín Gil y Gil, una “historia de vida” en torno al corcho que gracias a este proyecto no se perderá.
Fig. 4. Membrete de los documentos de «La Corchera Extremeña» COREX, traídos por Agustín Gil y Gil. (Foto Antonia Castro Mateos). . |
La ermita, ubicación de raigambre dieciochesca, y sus aledaños son el paraíso de los recuerdos para Agustín, pues allí vuelve casi “todos los años” con su mujer, Rosi, para asistir a las fiestas de la Virgen de las Nieves y del Corpus Christi. En aquel lugar, las sensaciones, vivencias y raíces las siente otra vez, como entonces.
Fig. 5. Ermita de la Virgen de las Nieves. La Zarza (Badajoz). (Foto Antonia Castro Mateos). |
En 1946, Agustín llega a Mérida de la mano de sus padres, tenía nueve años y se van a vivir a la calle San Juan, Rambla abajo, muy cerquita del “Hornito de la Mártir Bendita” y de su obelisco. Como era un crío allí se iba a jugar con los amigos, aunque apenas nueve años más tarde la enfermedad de su madre les lleva a vivir al campo, a «Cantarranas», hoy barriada de San Andrés. No obstante, a los cuarenta y dos días de estar allí viviendo su madre falleció.
Fig. 6. «Hornito de la Mártir Santa Eulalia» de Mérida (Badajoz). (Foto Antonia Castro Mateos). |
Eran tiempos difíciles, la época de la posguerra, años de carestía, necesidad y racionamiento. Aunque nos cuenta Agustín que él no pasó hambre, “…porque mi padre tenía un oficio muy socorrido, era zapatero. Echaba media suela y cobraba…, por lo menos para el pan había. Calzaba al labrador fuerte, le preparaba las botas para el campo. Tal, cual, pues me das dos kilos de garbanzos y un kilo de patatera. Cobraba en especie el cincuenta por ciento…”.
Además, la dieta alimenticia de la familia se ve enriquecida calóricamente, en estos tiempos de carestía, con tocino. Nos explica Agustín que “…como su hermano y él pertenecían a D. José Fernández López cada 15 días nos daban un kilo de tocino a cada trabajador. Y nos lo proporcionaba a precio de costo, pues lo comprábamos en el Economato que tenía la Corchera para sus empleados. Estaba donde está hoy Presidencia, en el Rastro, ahí estaba el economato del Matadero. Iba mi madre con los dos vales, el de mi hermano y el mío y traía dos kilos de tocino cada 15 días.
Fig. 7. Colección de cupones de racionamiento. (Foto cedida por Domingo Moscatel Barragán). |
La presencia del tocino en la dieta de los trabajadores les proporciona una fuente adicional de calorías que les permite hacer frente a las largas, duras y esforzadas jornadas de trabajo que realizaban. Pues las escasas raciones de alimentos que proporcionaba el Estado a través de las cartillas de racionamiento, legumbres, aceite, azúcar, pan, arroz, patatas, boniatos, etc., carecían del mínimo valor nutritivo, necesario para la subsistencia. A ello se unía que muchas familias de los grupos más desfavorecidos vendían el pan y, sobre todo, el aceite y el azúcar para comprar luego otros alimentos de menor valor (Bahamonde, 1993: 20).
Fig. 8. Cupones de racionamiento. (Foto cedida por Domingo Moscatel Barragán).
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En efecto: “…era la época del racionamiento. Yo me acuerdo que cuando yo era un crio mi madre me mandaba a la Panadería de Garrido a por el pan. Era la que estaba en la Rambla, enfrente del Parque Infantil. Iba con mi cartilla de racionamiento y me daban cinco bollos, pa, pa, pa, pa, pa, porque éramos cinco en la familia: el matrimonio y tres hermanos…”, relata Agustín imitando el sonido del tampón con el que sellaban la cartilla. Y con la misma voz de falsete, imitando al tendero que regentaba el despacho de pan, el Sr. Garrido, explica que los sellos eran “…para que no hubiera ninguna pega, pa, pa, pa, pa, pa, pa, esta carga ya te la has llevado hoy…”.
Fig. 9. Cupones de racionamiento con la huella del tampón con el que se sellaba la cartilla. (Foto cedida por Domingo Moscatel Barragán)..
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Se trataba del control fiscal del pan, alimento básico y habitual en la dieta de las familias antes del conflicto bélico. No obstante, la carestía de trigo provocada por los años de guerra y su posterior racionamiento implantado por el gobierno por más de una década, lo convierte, junto con otros alimentos, en un apreciado artículo de lujo.
Nos cuenta Agustín que al principio los trabajadores de “La Corchera” y los del «Matadero» compartían el economato: “…Todos íbamos el mismo día, formábamos una cola todos los trabajadores juntos. Luego, por los años 80, ya nos pusieron el Economato en “La Corchera”, aparte del Matadero. Esto fue cuando [la empresa] ya no pertenecía a D. José Fernández López. Allí iban nuestras mujeres a comprar, como ahora se va al Mercadona…”.
Fig. 10. Tarjeta de identidad del Economato Laboral de «La Corchera». (Foto cedida por Juan M. Jiménez a través del grupo de Facebook «Fotos Antiguas de Mérida»). |
1.- Agustín, ¿cómo era el procedimiento?:
“...Había que tener el carnet de obrero de “La Corchera” para poder comprar en el economato. Llegabas allí con dinero o sin dinero, claro. Sin dinero, llegabas y le decías al que despachaba: -Dame dos duros, seis duros de lo que sea, ¡qué sé yo qué cantidad!. Era a duro, seis duros, ocho duros, 20 pesetas, 30 pesetas, etc. Hacías de gasto lo que fuese, firmabas allí y te daban el resguardo y cuando cobrabas al mes, pues te descontaban lo que habías sacado del economato.
Y resulta que muchos cobraban al mes en números rojos. Es decir, que no cobraban. Llegaban los jefes con los sobres de cobrar nos lo daban, y ¡hostia! había algunos que no cobraban nada. El jefe les decía:-Toma que todavía quedas a deber a la empresa 15 pesetas. Estamos hablando de la administración de cada mujer en casa, porque iban muchas que cargaban. Decían: -A ver, dame, dame, dame, y se lo llevaban y luego, pues claro… A la hora de pagar no respondían, porque cobraban menos de lo que habían sacado. Así había muchos. Allí los teníamos ya “timbraos”, porque lo sabíamos ¿no? Joe, tú mujer, ¡hostia!, ahora, no cobras nada. Así que, para pagar había que hacer horas extraordinarias. Todas las que quisieras hacer, muchas, muchas… Las pagaban al principio a 14 ó 15 duros. Y esa era la vida…”. Esta frase la dice Agustín con mucho sentimiento y hondura, como si les costase trabajo a las palabras salir, no vaya a ser que el recuerdo del padecimiento de aquellos años tan duros le alcance de nuevo.
En aquellos tiempos, las posibilidades de acceso a la educación estaban muy condicionadas por la categoría socio-económica de las familias. Eran pocos los niños que cursaban la Enseñanza Media, pues la necesidad de ayudar en casa los empujaba a trabajar a edades tempranas. Sin embargo, Agustín fue un niño afortunado, pues no solo no pasó hambre, sino que además, también pudo ir a la escuela, a la «Escuela Trajano» para más señas y cursar la Enseñanza Primaria y Media. Allí estuvo escolarizado hasta los trece años y medio y aprendió a leer, escribir, echar cuentas y poco más. Eran las enseñanzas de entonces, en palabras de Agustín: “...las cuatro reglas, que se llamaban. Luego, pues ¡hala!, ¡hala!, ¡hala! a colocarse...”.
Después, durante tres años, Agustín asiste al turno nocturno de la «Escuela Elemental de Trabajo» que estaba en la calle 18 de Julio. Mas, Agustín que era un chico inquieto y espabilado, no tarda mucho en procurar trabajo.
En efecto, Agustín encuentra trabajo en un taller mecánico. Nos cuenta que “...estuvo unos seis meses de mecánico, y luego, me coloqué en la Corchera”de aprendiz…”. Por aquellos años, esta empresa, junto al «Matadero», era una empresa de referencia, no solo en Mérida, sino también en Extremadura. En concreto, Agustín entró en “La Corchera” “…el día 4 de mayo de 1951 con 14 años, de aprendiz y con pantalón corto...”. Específica Agustín que la empresa, por aquel entonces, contaba con una plantilla de 615 trabajadores, estaba situada en las inmediaciones del río Albarregas, frente a la estación de ferrocarril.
Agustín entra en la empresa, como Manuel Conde en el Matadero y Rosa Mª Ávila, en la firma de Francisco Martín Delgado, “recomendao”. Por aquello años, era algo habitual. Nos explica que su padre calzaba a una familia que era íntima amiga del jefe de personal de “La Corchera” y aprovechando esta circunstancia su padre «…le preguntó si podía colocar a su hermano Juan Antonio tres años mayor que él. Él tenía 17 años y yo 14. Pero mi hermano por entonces estaba colocado en una zapatería, en la Rambla. donde mi padre trabajaba. Por eso mi padre le dijo que mejor me colocara a mí, perro él le contestó: –Pues si me puedes mandar al de 17 mejor, porque el de 14 es, al fin y al cabo, un crío todavía. Pero dice mi padre: -No, porque el mayor está trabajando y me gana algo y el chico ha salido del colegio ya.
Bueno, pues a pesar de eso, yo me presenté en el puesto de mi hermano. Y me dice el encargado: -Y tú, con 14 años y con pantalones cortos ¿dónde vas? Entonces, ¡mucho cuidado!, los pantalones cortos se usaban hasta los 18 años. Me pregunta el encargado por mi hermano y yo le contesto que está en cama con fiebre. ¡Ufff¡, le eché la mentira… Así, como me salió y le dije: -Mi hermano está en cama con fiebre, está muy acatarrado. El encargado me contestó: -Bueno, bueno, vamos a probar. Y me puso a prueba y como yo siempre he sido fuerte y he trabajado con herramientas, con los carros, ayudando a los oficiales de mecánico, pues me quedé. Aunque a los veinte días de estar yo allí mi padre me dijo que le advirtiera al jefe de personal, Antonio Martínez, que mi hermano ya se había puesto bueno, porque mi hermano se quería meter también en la Corchera.
Así que, fui y le dije: -Mire, le vengo a decir que mi hermano ya está bueno, si quiere usted que venga… Me dice: -Bueno hombre, pues que venga, me has caído bien, pues me ha dicho el jefe del taller que te portas muy bien, que trabajas como un hombre. Así que le dices a tu hermano que se venga también. Y así entro mi hermano. Aunque él estuvo trabajando en la Corchera solo 17 años. Se acogió a una regulación de empleo, porque mi hermano era aglomerista, los que hacían las planchas negras, un trabajo que tenía una prima por “trabajo penoso”. Y entonces, le daban 50.000 pesetas por aquellas fechas por si se quería salir. Y mi hermano se salió, cogió el dinero y se fue a Barcelona, y estuvo allí unos años. Luego, al poco tiempo se volvió y se estableció de nuevo en Mérida...».
2.- ¿Cómo que ustedes vestían pantalones cortos hasta los 18 años?:
«…Pues era lo que se llevaba. A mí me pasó que cuando me presenté ante el jefe del taller de la Corchera y me vio con pantalones cortos enseñando unas pazos”de piernas, porque yo era muy fuertete, me dijo: -¡¡Niño aquí hay que venir vestido como los hombres!! Aquí, para trabajar hay que traer pantalones largos.
Así que llegue a casa con una perrera encima…. Y le dije a mi madre: -¡Qué me han dicho que tengo que llevar pantalones largos, si no me despiden!. Remedando a su madre dice Agustín: -Tú no te preocupes hijo, mientras comes te voy a preparar unos pantalones de tú hermano, de Juan Antonio. Y llegué por la tarde con pantalones largos, y me dice, esto son palabras textuales, no se me olvida a mí, los años que hace. Dice: -Así tienes que venir, ¡cómo los hombres!...» (risas).
Y de esta forma, Agustín se hizo un hombre con catorce años, dejando atrás la adolescencia y los pantalones cortos de golpe.
3.- ¿Qué horario tenía?:
«…Estábamos de 6 de la mañana a 2 de la tarde, la jornada normal. Luego, ya no había jornada partida, ya eran turnos de 6 a 2, de 2 a 10 y de 10 a 7 de la mañana, porque la empresa no paraba. Bueno, solo el domingo, el sábado también trabajábamos…».
4.-¿Cómo el Matadero?:
“…Bueno, el Matadero no trabajaba de noche. Por mi puesto de trabajo yo no sé, yo no sé lo que es disfrutar de un sábado ni un domingo entero, ¡ni tan siquiera el día de “Reyes»!…”. Lo dice Agustín con mucho énfasis.
5.- ¿En qué puesto empezó a trabajar en “La Corchera” ? ¿Cuánto ganaba? :
“…Yo empecé a trabajar de aprendiz y ganaba unas semanas siete pesetas y otras ocho, por el cambio. Había un pico ahí que me lo dejaban de una semana para otra, pues antes se cobraba por semanas. Y las horas extraordinarias me las pagaban a peseta.
Me hicieron ayudante a los 4 años. Así que a los 18 años ya ganaba 10.20 pesetas, bu!, bu! menudo sueldo 10.20 por aquellas fechas… Los hombres ganaban 13.20 pesetas y las horas extras, que hacíamos muchas, nos las pagaban a 14 ó 15 duros. A ver, 15 duros eran 75 pesetas. Yo he hecho muchas horas extras, cobraba más de horas extraordinarias que de sueldo.
Luego, a partir de los años 70 hasta más o menos 1985 se empezó a cobrar más. Esos quince o veinte años fueron los mejores, porque ya no había hambre, se vestía mejor y había más comodidades. Pero los años 50 fueron una pena, si es que… ¡Ufff! …”.
Para explicarnos el hambre que había por aquellas fechas Agustín refiere un suceso que aconteció al poco de entrar en “La Corchera”:
“…Me echó mi madre un día para el bocadillo un bollo y un trocito de tortilla de patatas. Y cuando estaba desayunando con varios compañeros va uno de ellos y me dice: – ¿Tú te vas a comer eso y yo no? y me pegó un manotazo y me lo quitó. Eso como que estamos aquí. Diciéndole eso ya le digo el hambre que se pasaba por aquella fecha…”.
6.- ¿O sea que comían en el trabajo?:
“…Sí, teníamos un cuarto de hora para comer…”.
7.- Un cuarto de hora para comer parece poco tiempo ¿no?:
“…Un cuarto de hora, sí, sí, sí. Tocaba la sirena y a trabajar otra vez…”.
8.- Agustín, ¿cómo se desplazaba hasta el trabajo?:
“…Mira, yo me andaba el camino de aquí (se refiere al barrio de «Cantarranas») a la Corchera, todos los días 4 veces. Entraba a las 6 de la mañana y me venía a las 2 a comer, aunque, a veces me quedaba allí a comer, y a las 4 de la tarde iba a hacer 4 horas extraordinarias y hasta las 8. Y cuando llegaba aquí a las 8, después me iba a ver a la novia, a la Calle Constantino, de la plaza Toros para abajo Y a las 10 ó las 11 de la noche me venía otra vez para acá. Y el camino era de piedra. Seis veces iba y venía, cuatro veces a la Corchera, diario y dos veces a ver a la novia. Aunque los había peores, porque había compañeros míos que vivían en Alange, en Valverde y venían en bicicleta todos los días a trabajar a la Corchera…”.
Como algunos trabajadores del «Matadero» Agustín también iba a trabajar en bicicleta. Nos cuenta que “…cuando yo llevaba allí tres años, pusieron un tablón en la puerta (que decía) que el que quisiera apuntarse para tener una bicicleta la empresa se la vendía a precio de costo. Trajeron 50 bicicletas Y había unas 80 ó 90 personas que la habían solicitado. Yo tuve la suerte que me tocó, me tocó. Y esa bicicleta la he tenido yo hasta el año pasado…”.
9.- ¿Se acuerda de cuando sonaba la sirena del «Matadero»?:
“…¡Me cago en la ma! no me voy a acordar, y la de la Corchera…”.
Bueno, pues por entonces, pusieron en el control de la empresa un cartel donde anunciaban que iban a traer unas máquinas mecánicas, una pala para abastecer los molinos y así quitar los trabajos forzados. Nos presentamos dieciocho para dos plazas y con tan buena suerte que saqué la segunda plaza. Y desde entonces he estado 42 años, de los 50 que estuve en la empresa, en ese puesto de trabajo, de palista. Es decir, con una pala excavadora donde había 27 hombres abasteciendo los molinos con la horca…”.
Fig. 11. El transporte tradicional del corcho. Museo del corcho de San Vicente de Alcántara. (Foto Antonia Castro Mateos).
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Cuando le pregunto a Agustín si nos puede explicar con detalle en qué consistía la actividad que desarrollaba en la empresa nos mira pensativo, serio y con cierto aire evocador y tono pausado, aunque no por ello falto de vehemencia, señala que para hablar de su trabajo, primero hay que explicar el proceso de extracción y el aprovechamiento del corcho. Agustín conoce la profesión desde bien joven, pues su vida ha girando en torno al corcho y por ello conoce bien todo el proceso.
De esta forma comienza a contarnos que para poner en marcha la empresa se llevaron a Mérida profesionales del corcho de distintos sitios: “…de Cordobilla de Lácara, de Carmonita, Jerez de los Caballeros, San Vicente de Alcántara. Hombres que “sacaban” el corcho de toda la vida, expertos en este quehacer. Y vivieron en chozos que ellos mismos hicieron dentro de la fábrica con planchas de corcho. Con ellas hicieron las paredes y de techo pusieron unos palos con corchos de media luna a modo de teja. Allí estuvieron viviendo durante x años, hasta que D. José Fernández López se le ocurrió hacer una barriada para los que vivían en estos chozos y les dio una vivienda a cada uno. Viviendas que al cabo de un tiempo pudieron comprar en propiedad. Aunque eran muy pequeñitas: dos habitaciones, un “cachito” de comedor, un aseo y poco más…”.
En cuanto a la procedencia del corcho, refiere Agustín que “…venía de muchos sitios, sobre todo de Santa Olalla, más incluso que de Cáceres. Algunos de los pueblos cacereños eran: Montehermoso, Aliseda, Arroyo de la Luz, etc. Teníamos muchos, muchos proveedores. Y todo ese corcho lo recibía yo…”.
11.- Agustín, ¿todo ese corcho venía en bruto?:
“…Sí, venía en bruto, y se traía en camiones, pero antes había que extraerlo. A este proceso se le llama descorche o “saca del corcho”. El corcho se saca del alcornoque, es su corteza y ésta engrosa con el crecimiento del árbol y se destina a diferentes usos en función de su calibre y calidad. Su principal uso es el tapón de corcho. El alcornoque se siembra y hay entre 20 ó 25 años, aproximadamente, sin producción…”. Porque para el primer descorche es necesario que el tronco del alcornoque tenga un grosor de 30 a 40 cm y no sobrepase el 1,30 cm de altura de la saca (Brixedo y Susana Expósito, 2014).
Fig. 12. El corcho es la corteza del alcornoque o Quercus Suber L. Museo del corcho de San Vicente de Alcántara. (Foto Mª Teresa Romo Castro). |
Añade Agustín que “…el descorche o “saca» del corcho se realiza a partir de mayo…”.
Efectivamente, tradicionalmente hay unas fechas para descorchar el alcornoque, pero no son las mismas en todas las zonas de la Península. Mientras que en Badajoz se realiza a partir de mayo en Gerona se efectúa entre mediados de junio y fines de agosto (Sánchez, 1982: 12).
En realidad, para poder descorchar es necesario que haya células nuevas y blandas, aún no engrosadas, que permitan una fácil separación del tronco (Brixedo y Susana Expósito, 2014).
Fig. 13. Células del corcho. Museo del corcho de San Vicente de Alcántara. (Foto Antonia Castro Mateos). |
A este primer corcho se le denomina “bornizo”. Se saca de las ramas y, señala Agustín, “…se utiliza para hacer los portalitos de Belén…”.
Fig. 14. Restos de «saca» resultado de las periódicas «sacas» de un alcornoque. Museo del corcho de San Vicente de Alcántara. (Foto Antonia Castro Mateos). |
Continua nuestro informante explicándonos que “…las “sacadas” de corcho se hacen cada nueve años…”, pues es necesario para que el alcornoque regenere su corteza y consiga un calibre adecuado para la fabricación de tapones de calidad. Agustín compara el grosor del corcho con un trozo de tocino: “…contra más veta más espeso…”, más calidad. Precisamente, Agustín refiere que la empresa mandaba a las fincas a sus “escogedores” para comprobar el grosor y la calidad del corcho antes de comprarlo. Y además, también nos describe Agustín cómo lo hacían:
“…Con unos cuchillos hacían unas catas al árbol, le sacaban un trocito así de corcho (con la mano hace un gesto que indica que era un trozo pequeño), y comprobaban el grueso y la clase que tenía. Se lo hacían a varios árboles, cada diez o doce, y entonces sacaban el resumen, la totalidad del valor que tenía ese corcho, si era bueno, era malo o era mediano o cómo era. Y así se pagaba…”.
Respecto a la «saca” o descorche Agustín nos cuenta que eran las “cuadrilla de sacadores” quienes extraían las “panas de corcho” sin ayuda mecánica, solo con herramientas tradicionales como el hacha y el cuchillo.
Fig. 15. Hacha extremeña. Es la herramienta principal en la «saca» del corcho. Este modelo se caracteriza por la forma de la hoja, diferente al modelo portugués, por la apertura de los gavilanes. Museo del corcho de San Vicente Alcántara. (Foto Mª Teresa Romo Castro).
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En el Museo del corcho de San Vicente de Alcántara pudimos conocer con detalle y observar, en algunos de sus paneles fotográficos, las diferentes fases de descorche de un alcornoque. En primer lugar, se practican varios cortes circulares en la base y en las ramas del árbol de tal forma que no se dañe la madera para permitir la regeneración de su corteza. Luego, otros golpes de hacha en sentido vertical permiten extraer el corcho con la única ayuda de una cuña de madera y la fuerza humana.
Fig. 16. Proceso de descorche utilizando herramientas tradicionales como el hacha y la burja o vara que se emplea en la extracción de las «panas» de corcho de las zonas de más difícil acceso. Museo del corcho de San Vicente Alcántara. (Foto Antonia Castro Mateos).
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Después, tras la extracción, en la misma finca se apila el producto y se prepara el material en fardos, a la espera de su envío a las industrias. Este transporte, que tradicionalmente, se hacía en mulas o en carros por los arrieros, se realiza actualmente, en tractores. Éstos llevan los fardos a los muelles de carga desde los que son distribuidos a sus lugares de destino.
Fig. 17. Tradicionalmente, el transporte del corcho se realizaba en mulas.
Museo del corcho de San Vicente de Alcántara. (Foto Mª Teresa Romo Castro).
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El corcho que llegaba en los camiones a “La Corchera” era descargado por Agustín con la máquina, en el patio. Explica que se trataba de “…un corral grande, porque la empresa tenía un motón de miles de metros. Luego, ese corcho se apilaba…” y se almacenaba un tiempo, para que perdiera la humedad, llegaba a perder entre un 10% y un 30%, y algunas de sus impurezas.
Fig. 18. Corcho apilado. Museo del corcho de San Vicente de Alcántara. (Foto Antonia Castro Mateos). |
Explica Agustín que “…cuando ya estaba seco se utilizaba para los molinos o para el “escogido”…”, para las planchas, que eran seleccionadas y clasificadas en función de su calibre.
Fig. 19. Calidades del corcho. Museo del corcho de San Vicente de Alcántara. (Foto Antonia Castro Mateos).
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El calibre es el grosor de la plancha medido en líneas desde la barriga a la raspa, que depende además de varios factores como la calidad del alcornoque, su tratamiento y de cuestiones climáticas. Los árboles que proporcionan mejores calibres son los de las zonas templadas y húmedas.
Fig. 20. Vista de la raspa y el vientre o barriga del corcho. Museo del corcho de San Vicente de Alcántara. (Foto Antonia Castro Mateos). |
El calibre daba la medida de los corchos. Aclara Agustín que aquéllos iban por clases: “…diez abajo, diez a doce, doce a catorce, catorce a dieciocho, dieciocho a veinte, veinte a veinticuatro, etc. Esa era la medida del corcho que había por calibre. Incluso había un corcho que se llamaba “corcho criado” que podía tener hasta veinte años, porque a lo mejor, había un alcornoque que estaba aislado, no lo “sacaban” y cuando se daban cuenta !uffff! tenía aquel árbol 15 ó 20 años, por eso se llamaba así, “criado” y estaba más duro que una piedra, pero era muy gordo…”.
Una vez seleccionado el material se transformaba el producto en planchas de corcho listas para obtener tapones o planchas de aglomerado para diferentes usos. Para ello, el corcho era cocido, pues la cocción aumentaba su flexibilidad, mejorando también su resistencia y facilitando su trabajo. Especifica Agustín que “…no siendo para serrín el corcho tiene que ser cocido, crudo no vale. Así, se metían las vagonetas en los hornos con unos hierros atravesados para que no se aflojase. Y los hombres encargados de hacerlo estaban como carboneros de negros…”.
En cuanto al corcho de peor calidad nos dice Agustín que este “…era llevado a los molinos. Allí se molía y había unas máquinas que clasificaban el producto. Así, el polvo se iba por un lado y las piedras, si es que había, se iban para otro sitio, por su gravedad caían del peso. Después, el corcho bueno, que tenía poco poro, se iba para un lado y el que tenía mucho poro para otro lado. El bueno se usaba para hacer serrín. Ese serrín se echaba en una saca y se vendía para aislamiento, para las paredes de aislante y valía muy caro. Ese nada más que lo usaban los terratenientes por aquellas fechas.
El corcho malo se utilizaba para hacer bloques de aglomerado negro que también servían de aislamiento, para aislar los cines y quitar el ruido y para los barcos, que se forraban de aglomerado negro (…) En Mérida, el cine Trajano tenía sus paredes revestida de corcho de aglomerado negro…”.
De nuevo, Agustín nos detalla el proceso: “…Para hacer los bloques de aglomerado primero había que meter el serrín en los hornos, en la prensa echaban unos polvos blancos, que era como pegamento, para que compactase. Luego, lo prensaban convirtiéndolo en un bloque. Ese bloque quedaba en bruto, pero ya prensado. Para ello, primero tenían que meter el producto en una vagoneta colocada sobre unos carriles, como los de la RENFE, luego, dos o tres hombres empujaban la vagoneta hasta meterla en el horno, lo dejaban un tiempo y después, lo sacaban tirando de las vagonetas como “bestias”. Inmediatamente, lo metían otra vez a la prensa, aquella placa bajaba y le quitaban los pasadores y la tapa de arriba y ya, ¡pumba¡ salía el bloque.
Posteriormente, ese bloque iba a la pulidora. La pulidora era una sección donde había mucha sierra y unas máquinas que se llamaban pulidoras. Primero, se sacaba la plancha de las pulgadas que se necesitaba, en función de la oferta que había de pedido. Así, se podían hacer de un tamaño u otro: de dos pulgadas, de cuatro pulgadas, de cinco pulgadas. Luego, lo pasaban a la pulidora donde lo pulían fino como esto (Agustín señala la mesa) por arriba y por abajo y si estaba descuadrado, la máquina lo cuadraba sola. De ahí, los hombres lo pasaban a las cajas de cartones, las precintaban, colocándoles todos los datos: medida, destino, etc., y las llevaban al almacén de embalaje. Era un almacén grandísimo y de allí se echaban las cajas a los camiones para llevarlo a la estación para transportarlo al país que fuese.
La mayoría de de los pedidos iban para el extranjero, para Francia, Irlanda, Inglaterra, etc. Pero pedidos importantes, de 10 ó 12 vagones de tren, porque por entonces se transportaba por la RENFE. Había días que cargaban a lo mejor 5 ó 6 vagones y al día siguiente otros 5 ó 6 vagones, porque la empresa tenía dos camiones, uno iba y otro venía, y con 3 ó 4 hombres para cada camión. Estos camiones eran cargados manualmente, no con carretillas elevadoras, todo a base de fuerza humana. Los camiones entraban por la calle Marquesa de Pinares, por la parte de debajo de “Los Milagros”. Por ahí entraban los camiones a la estación para cargar los vagones de tren, porque el tren no llegaba a la Corchera, estaba en medio el río Albarregas…».
Domingo: «… Por cierto, mi hermano llegó a ir con los camiones a por corcho a Huelva..».
Agustín: “…Tu hermano estuvo en la estación de transportista, iba con los camiones para cargar y descargar los vagones. Y después estuvo de ayudante con los chófer para ir a por corcho por ahí, para cargar. José, tu hermano mayor…”.
Fig. 21. Garlopa. Museo del corcho de San Vicente de Alcántara. (Foto Antonia Castro Mateos).
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Fig. 22. Modernos procesos industriales aplicados a la industrial del corcho. Museo del corcho San Vicente de Alcántara. (Foto Mª Teresa Romo Castro). |
Mª Carmen: “…Mira Antonia me acuerdo una vez, que mi hija, que siempre ha pensado mucho, me dice un día mama: –¿Papá se ha muerto? (risas). Es que me han dicho los compañeros que si no lo veo es que se ha muerto…” (más risas).
Domingo: “…Eso pasaba en todas las casas. Yo salía a las 6 de la mañana para coger el autobús hasta el metro y del metro a 13 ó 14 kilómetros, ahora coge otra vez…¡Fíjate!, el día del golpe de estado no me enteré de nada, vine de Castelldefels sobre las 7 ó las 8 para irme para casa y cuando llego allí me dice el Alejandro: -¡Oye, qué ha habido problemas en Madrid¡, ¡qué coño problemas ni que leches!. Dice: – ¡¡Buhhh!!, habrá tiros allí, me dice mi jefe. ¡Vamos anda! le dije yo.Total que cuando llegué a casa eran las diez y pasé por Santa Coloma de Gramenet y estaba todo el Ayuntamiento encendido por todos los «costaos», porque el Ayuntamiento era comunista. Yo nada más que descansaba el domingo por la tarde. Así que, yo me fui para mi casa y se acabó…”.
Mª Carmen: “…¡No pasé yo na!, me dio un susto….Y me fui del salón a la cocina y sentí los disparos, porque nosotros vivíamos a la espalda del Ayuntamiento. Me fui al salón porque me temblaban las piernas, me temblaba todo, porque se decía que en Santa Coloma había nada más que gente de izquierdas (risas). Nos van a liquidar a toda la gente que vivimos aquí…”.
Agustín: “…Yo, a partir de una época, no tenía que coger tanto transporte, porque compré un piso en la barriada de Santa Catalina que estaba enfrente de la Corchera. Entonces, yo llegaba a las 10 de la noche a mi casa y a las 5 de la mañana me tenía que levantar otra vez para irme a trabajar, y yo veía a mis hijos acostados…”.
Así que, la jornada de trabajo se duplica, pues por entonces ya eran muchas las mujeres que, como Mª Carmen, trabajaban dentro (trabajo doméstico) y fuera de casa (trabajo asalariado). Nos cuenta Mª Carmen que cuando ellos vivían en Barcelona quienes iban a las reuniones del colegio eran las mujeres, «…porque los hombres es que no, es que los hombres…Yo he trabajado siempre, pero, ¡chisss!, los hombres, yo ya te digo salían por la mañana y hasta las 10 de la noche. Mi marido yo creo que nada más que conocía a estos vecinos, los demás no los ha llegado a conocer. Y los domingos salía con los niños de paseo, porque yo tenía la peluquería y los domingos aprovechaba para limpiar . Porque entonces, los sábados también se iba a trabajar y los domingos cuando le tocaba….”.
Domingo: “…Sí, porque (el taller) daba un servicio permanente las 24 h´…”.
Mª Carmen: “…Ellos miraban por la empresa como si fuera suya, ¡yo que sé!…”.
Agustín: “…Yo he sido siempre muy amante de mi trabajo y era mi segunda casa. Yo mira, estoy trabajando con la máquina, y llega el jefe de producción, y me dice: -Agustín bájate que te voy a decir que me tienes que hace un trabajo ahí atrás. Le digo: -¿Qué vas hacer?, eso ya lo hice yo ayer. Y me dice: -¿No me digas? …”.
Rosi, mujer de Agustín: “…Hoy le tienes que mandar dos veces para que te lo hagan…”.
Mª Carmen: “…Nosotros en Barcelona igual…”.
Domingo: “…Mira, yo vivía del taller a 13 ó 14 kilómetros de distancia y quién te crees que tú que abría el taller a las 8 de la mañana, habiendo 28 más allí, la mayoría catalanes, maños, valencianos, de Castellón, andaluces, gallegos…”.
22.- Agustín:, ¿en el trabajo tenían alguna peña o asociación en la que se reuniera con los compañeros y amigos?:
“…Sí, teníamos muchas. Mira, teníamos una peña para ir de caldereta, por lo menos una vez o dos veces al año…”.
Rosi, mujer de Agustín: Risas. “…Agu, cuéntale alguna granujá de las que les hacías a los pobres...”.
Agustín: “…¡Eh!, ¡eh! Bueno… Eso son ya cosas de gente joven...” (risas). Entonces, te explico: -Yo tenía una peña en el bar de la Oficina, en las cuatro esquinas, adonde esta la agencia de viajes Nemo enfrente, en la esquina. Ese era el bar de la Oficina de toda la vida. Ese lo llevaba el Pepe y luego, se lo dejó a un tal Modesto que lo heredó como hijo, pero vamos hasta hace 8 ó 10 años ha estado abierto. Pues, ahí teníamos una peña que nos juntábamos, a lo mejor, todos los meses dos veces. Algunos eran compañeros de la Corchera, otros no, mi hermano también era de la peña…”.
23.- ¿Tenía nombre esa peña?:
“…No, no, era una peña en la que jugábamos a la lotería todos los meses. Poníamos un dinero y luego, pues si se recaudaba y se juntaba algo de dinero nos íbamos al “Vivero” de caldereta, adonde está el Centro de Mantenimiento de carreteras. Nos juntábamos 14 ó 15 en la peña y muchos eran compañeros de la Corchera. Y como esa peña nuestra había muchas…”.
Cuando le pregunto a Agustín si los amigos de la peña se juntaba también con motivo de alguna otra festividad, apenas me deja terminar la frase y nos dice: “…sí, sí, pues el día de la Mártir, ¡buuuu…!,¡madreee!…., ¡el día de la Mártir!. Después de la procesión se iba a los bares a hartarte de beber, es que es lo que había…” Pone mucho énfasis en estas palabras.
24.- ¿A las pitarras?:
“…Sí, ¡es lo que había!. En la Mártir… ¡Es lo que había!, vino, vino, vino y tabernas y ¡venga!… Y los más flamencos se subían en una mesa y pateaban y los de alrededor tocaban las palmas…”. Agustín toca las palmas, jalea un poco poniéndose en situación y dice: “…¡Venga!, la botella de vino con una caña, nada de vaso, y la botella iba y venía y cuando se acababa esa botella, otra y otra.
Mira Antonia, teníamos «La pitarra de Vicente Amparo”, “La pitarra de la Panadera”, en la Calle Nueva, que se decía “La Panadera”, que tuvo dos hijos Emilio Ardila que era jugador del Mérida, y el hermano, el Paco, que también fue jugador del Mérida. Esa también fue otra pitarra. También, “La del Botero,” “El Manos Viejas”, allá en la calle Pedro María Plano, “La de Carrasco”, “La de la Vita”, en el Rastro, enfrente de Presidencia ahora.
Fig. 23. En Mérida el ritual de pinchar la pitarra, donde el vino es el protagonista indiscutible está dedicado a la «Mártir Santa Eulalia». En la imagen, Santiago Carrasco en la puerta de su bodega, presidida por una fotografía de Santa Eulalia (Foto Antonia Castro Mateos, realizada en diciembre del año 2004 con motivo de una entrevista a Santiago Carrasco). |
Fig. 24. En 1989 los amigos de la «Peña del Tú- tú» le concedieron a Santiago Carrasco un diploma por su saber estar, extremeñismo y hospitalidad (Foto cedida por Santiago Carrasco). |
Pues todo eso eran pitarras y se iba de un lado para otro, aquí una copa, allí la otra, allí la otra y cuando terminabas, pues terminabas… ¡Ufff!… Por eso había tanta gente que iba borracho. Como lo que se utilizaba era el vino y después de utilizar el vino como la mitad estaban «desmayaos» (de hambre), pues peor. No como hoy que tenemos colesterol y grasa de sobra, me entiendes o no? Y como no habían desayunado y encima te tomabas 5 ó 6 ó 10 ó 15 copas de vino, pues terminabas como terminabas…”.
25.- Agustín, ¿iban las mujeres a las pitarras?:
«…No, eso era solo de hombres...».
26.- Las mujeres iban a la procesión ¿no?:
«… ¡¡Bueno!! la que salía…».
27.- ¿Salían poco las mujeres?:
“…Entonces los matrimonios…. ¡¡¡Bah!!!… Le hablo de un 30% la mujer iba por un lado y el hombre iba por otro, ¡bah!, ¡bah!, ¡bah!, en aquellas fechas ¡hummm!…”.
Eran años muy complicados ….Agustín me corta diciendo: “…¡Bu!, ¡bu!, ¡bu¡ Hoy esa situación ha dado una vuelta…. yo….sin aquella [señala a su mujer ], no voy a ningún lao…”.
Mª Carmen: “…La mujer era lo que era Antonia…”.
Antonia: «…Pero la situación ha cambiado para mejor….».
Fig. 25. Agustín Gil y Gil con algunos de los compañeros de «La Corchera» celebrando el día de San Silvestre, en el año 1954. Agustín tenía 17 años (Foto cedida por Agustín Gil y Gil). |
En efecto, desde allí ha mirado, recordado y reconstruido Agustín Gil y Gil su pasado corchero. Gracias a su testimonio hemos encontrado que aún quedan algunas huellas del patrimonio de «La Corchera»: recuerdos dormidos, documentos arrinconados, imágenes oscurecidas, paisajes emborronados, testimonios enmudecidos que nos han descubierto que en la historia de Agustín, como en la de Rosa Mª Ceballos Blanco, Rosa Mª Ávila Benito, Antonio Ramos Blanco, Manuel Conde, Domingo Mocatel Barraga y Antonio Rodríguez Gómez, aún quedan algunos rastros de una cultura histórica parcialmente viva, que «late» con cada recuerdo traído a la memoria. Así, con cada latido Agustín ha rescatado del olvido lo memorable del recuerdo. Desde aquí le damos las gracias por su testimonio.
Bibliografía
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Delgado Rodríguez, F. (2005) Viejos Escenarios Emeritenses II. Mérida: Aproext.
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Taylor, S. J. y Bogdan, R. (1987). Introducción a los métodos cualitativos de investigación. La búsqueda de significados. Barcelona. Ediciones Paidós Ibérica.
Estoy buscando a Agustin Pulido Muche . Tiene alguna relación con este señor? El vivia en Merida Venezuela
No,no sé quién es.
Que bonito articulo, parece estar uno escuchando a sus abuelos.